Editorial
Cuando este ejemplar se encontraba en el proceso final de producción, una nueva tragedia ferroviaria enlutó a los argentinos. Llevará algún tiempo dilucidar las causas y determinar las responsabilidad del accidente ocurrido en la estación Once, donde murieron más de cincuenta personas y recibieron heridas otras seiscientas. No obstante, más pronto que tarde, los hechos deberían servir para suscitar algunas reflexiones y, sobre todo, un cambio de rumbo...
Cuando este ejemplar se encontraba en el proceso final de producción, una nueva tragedia ferroviaria enlutó a los argentinos. Llevará algún tiempo dilucidar las causas y determinar las responsabilidad del accidente ocurrido en la estación Once, donde murieron más de cincuenta personas y recibieron heridas otras seiscientas. No obstante, más pronto que tarde, los hechos deberían servir para suscitar algunas reflexiones y, sobre todo, un cambio de rumbo.
El tren, un símbolo de la modernidad en la Argentina y el resto del mundo, atraviesa la historia nacional con sus logros, sus crisis, su decadencia, y también sus tragedias.
Para quienes padecen a diario, y desde hace décadas, la escasa calidad del servicio, es cada vez más difícil atribuirle las cualidades que pueblan las añoranzas de quienes conocieron tiempos mejores. Para no menos de dos terceras partes de los argentinos, se ha convertido en una presencia casi fantasmagórica. Para buena parte de los dadores de carga, como lo prueban las estadísticas, continúa siendo una opción escasamente atractiva.
Con todo, el tren sigue resistiéndose a desaparecer. Y fundadas razones sociales, económicas, ambientales e incluso de seguridad —aunque hoy parezca una ironía macabra— lo acompañan en esa obstinación.
Sin embargo, para que el tren deje de ser un ícono nostálgico de la Argentina que no fue y se transforme en un emblema del futuro, actores políticos y económicos deberían discutir con seriedad, por fuera de mezquinos cálculos de ocasión, cómo hacerlo viable y cómo convertirlo en una herramienta de transformación del paisaje ciudadano y del escenario productivo.
Quienes perdieron a sus seres queridos en la tragedia de Once merecen, entre otras muchas respuestas, ese debate.
Roberto A. Pagura
Director editorial
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