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El informe central de esta edición ofrece, en muy apretada síntesis, algunos números para evaluar el desempeño de las exportaciones y las importaciones nacionales durante el año pasado, sin pretender, desde luego, que esa tarea pueda agotarse en el espacio que ofrecen unas pocas páginas. Con todo, surgen de allí algunos indicadores que quizás merecen ser tenidos en cuenta...

Editorial

 

El informe central de esta edición ofrece, en muy apretada síntesis, algunos números para evaluar el desempeño de las exportaciones y las importaciones nacionales durante el año pasado, sin pretender, desde luego, que esa tarea pueda agotarse en el espacio que ofrecen unas pocas páginas.

Con todo, surgen de allí algunos indicadores que quizás merecen ser tenidos en cuenta. Uno de ellos da cuenta de cómo, en forma casi imperceptible —al menos para quienes no pertenecen al mundo del comercio exterior—, la participación del mundo en la economía argentina ha ido creciendo año tras año en las últimas tres décadas, aunque no necesariamente suceda a la inversa.

Otro permite observar que, pese al sistemático crecimiento de las exportaciones verificado durante la última década, con la sola excepción de 2009 y por razones no atribuibles al desempeño doméstico, tanto la oferta como la demanda siguen aferradas a unos pocos destinos y proveedores, que muy habitualmente se corresponden entre sí.

Uno más remite, finalmente, al escaso valor agregado de buena parte de las ventas argentinas y a la concentración, demasiado alta, en unos pocos renglones.

Detrás de cada uno de ellos, asoman cuentas pendientes. En el primer caso, por ejemplo, el hecho de que el sector externo haya cuadruplicado su incidencia en el PBI no parece tener un correlato adecuado, por ejemplo, en las discusiones políticas o económicas, más allá de los que tienen lugar en círculos especializados.

Esa vacancia probablemente explique algunos otros problemas. Aunque todavía tímidamente, la palabra logística comienza a asomarse en los discursos oficiales, incluso de la Presidenta, quizás como indicio de que se está prestando atención a ciertas carencias estructurales de la Argentina para vincularse eficientemente con el mundo.

Es posible, entonces, que más temprano que tarde aparezcan también en las discusiones las no menos serias dificultades para atender simultáneamente el mercado interno y el externo, sobre todo en materia de alimentos, o para trazar planes estratégicos de exportación que sirvan, no sólo para crear valor agregado local, sino para multiplicar empleos de calidad.

Todos los años, unos cuatro mil empresarios pyme renuevan su apuesta para posicionar a los productos argentinos en el mundo, como refiere un estudio de la CERA mencionado en ese mismo informe. No reclaman prácticamente nada, pero no estaría mal que la sociedad en su conjunto les diera alguna señal de que ese esfuerzo vale la pena.

 

Roberto A. Pagura / Director editorial


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