RAÚL OCHOA

“No hay desarrollo sostenible sin crédito de mediano plazo”

Este especialista en industria y comercio exterior señala que el financiamiento es clave para que las pymes exporten. Y analiza qué factores se conjugaron en el exitoso desempeño externo de vinos, pollos y maquinaria agrícola.

No hay desarrollo sostenible sin crédito de mediano plazo

 

Por Roberto A. Pagura

Transcurren los últimos días de agosto y Raúl Ochoa refiere que se encuentra trabajando con la gente de la Cámara Argentina de Industrias Electrónicas, Electromecánicas, Luminotécnicas, Telecomunicaciones, Informática y Control Automático (CADIEEL) y la Asociación de Industriales Metalúrgicos de la República Argentina (ADIMRA) en la elaboración de un proyecto para promover las exportaciones de las pymes industriales. La iniciativa, aclara, nace de CADIEEL, cuyas asociadas "vienen encontrando severas dificultades para mantener sus mercados externos".

La tarea constituye, de algún modo, una síntesis de lo que han sido sus preocupaciones dominantes a lo largo de una dilatada trayectoria en el ámbito público y privado. Ochoa, docente en las universidades de Buenos Aires y de Tres de Febrero, coordina por esta última el Programa de Pymes Exportadoras de la provincia de Buenos Aires. A lo largo de las últimas dos décadas, ha sido asesor de la Cámara de Diputados y funcionario del Ejecutivo en temas relativos a la industria y el comercio exterior.

En esta entrevista, habla precisamente de cómo promover la actividad exportadora de las pymes, de qué ventajas puede reportar para la Argentina la agregación de valor en la industria y de cómo puede aprovecharse la demanda creciente de los países vecinos.

¿Cuáles son las principales dificultades que enfrentan las pymes exportadoras?

–La Argentina tiene una inflación elevada en términos internacionales y se ha puesto el tipo de cambio como un ancla para que no se dispare más. Esto tiene ya tres años. Y los exportadores agroindustriales e industriales sienten que sus dificultades son crecientes. Primero, porque estamos hablando de productos cuyos precios evolucionan muy levemente, para arriba o para abajo; y si uno se pasa con los costos, queda afuera. Segundo, porque no sólo hay una competencia china cada vez mayor, sino que se están sumando los países desarrollados, como resultado de su propia crisis. Y tercero, porque esos competidores gozan de mecanismos de financiamiento que la Argentina no tiene.

¿Qué acciones prevé el proyecto impulsado por CADIEEL?

–En primer lugar, apunta a algo que debería estar resuelto hace tiempo: el cobro del 5% de derecho de exportación a los productos industriales. Esto no tiene más sentido. Primero, porque no es un monto significativo de lo que se cobra por retenciones, pero además porque claramente se ha perdido competitividad. Segundo, hay una gran inquietud, sobre todo de aquellos que exportan más de lo que venden en el mercado interno, con la devolución del IVA y los reintegros.

Por las demoras.

–Es que esas demoras pueden sacar a una firma de la exportación. Si a alguien le demoran 100.000 dólares por mes durante 180 días sin pagar los intereses y por otro lado tiene que buscar crédito para cubrir lo que la AFIP no le da, termina con un daño fuerte. El tercer aspecto del proyecto tiene que ver con un avance muy significativo que Brasil implementó hace poco: la posibilidad de que el proveedor nacional de insumos tenga el mismo trato que un importador para la admisión temporaria. ¿Qué quiere decir esto? Que un proveedor nacional que está abasteciendo a un productor-exportador no le cobre los impuestos indirectos que tiene Brasil, como el IPI (Impuesto sobre Productos Industrializados) o el ICMS (Impuesto sobre circulación de Mercaderías y Servicios). De esa manera, se iguala su situación con la del proveedor extranjero, a lo que se suman las ventajas desde el punto de vista logístico.

¿Ese tratamiento estaría limitado a aquellas importaciones que se destinan a procesos industriales para la exportación?

–Correcto. Además, queremos restablecer lo que en su momento había impulsado Mercedes Marcó del Pont sobre la reinversión de utilidades y su descuento del balance impositivo de ganancias para este grupo de empresas. ¿Por qué? Porque necesitan inversión permanente, desarrollo tecnológico y un tratamiento especial desde ese punto de vista. Va a ser uno de los temas más discutidos, pero vale la pena ponerlo sobre la mesa. Hemos pensado a la vez en que el Banco de Inversión y Comercio Exterior (BICE) se transforme en el brazo armado del financiamiento.

¿Cómo están las pymes exportadoras en este aspecto?

–Un problema es la asimetría insalvable, no sólo con Brasil, con China ni hablemos, sino con casi la totalidad de los países desarrollados e incluso con Chile. La Argentina se debe un debate sobre este tema, porque un país no se desarrolla en forma sostenible sin financiamiento de mediano y largo plazo, ya sea a través del mercado de capitales o un banco destinado a ese fin. Algunos me dicen: “Bueno, estamos trabajando con el Banco del Sur, se le ha pedido al BNDES (Banco Nacional de Desarrollo, de Brasil)…”. Me parece todo excelente, pero yo quiero una herramienta argentina.

La compra de aviones Embraer para Austral, por ejemplo, fue financiada por el BNDES.

–Ése es un muy buen ejemplo: compramos financiamiento. Estoy un poco preocupado —justamente porque no surge a la luz pública—, con esto de comprar 10.000 millones de ferrocarriles a los chinos en paquete cerrado. Es un crédito a 19 años con 6% de interés. Se compra todo material chino, obvio, incluidas 500.000 toneladas de rieles: sale más caro el transporte que el valor. Nosotros teníamos cadena de valor en este sector. Si estamos pensando en un plan de este tipo, estratégicamente hay que plantearse es en qué participamos, porque además al lado nuestro hay otro país, pequeño, que tiene también un programa muy importante de desarrollo del ferrocarril.

¿Cómo evalúa el comportamiento de las exportaciones industriales?

–En las exportaciones industriales propiamente dichas, tenemos una concentración muy fuerte, como señaló con buen criterio (Joseph) Stiglitz en este encuentro de los premios Nobel de Economía. Yo veo la evolución nuestra vis a vis los países vecinos. Este año, Brasil va a exportar por 260.000 millones de dólares y a importar por 240.000 millones de dólares. Nosotros seguimos importando una cantidad significativa de Brasil, pero nuestra participación en las compras brasileñas ha ido decayendo, porque nos falta canasta exportadora. No quiero decir que no salgan productos nuevos, sino que no tienen volumen como para hacerse notar. Chile está prácticamente con nuestras cifras de exportación y algo más arriba, e importaciones en el orden de los 55.000 millones; pero nuestras ventas totales a Chile vienen cayendo desde hace tres años. Al principio, porque no despachábamos más gas. Ahora, tampoco exportamos petróleo porque no tenemos, pero tampoco hay una diversificación. Entonces, lo primero que me surge es que tenemos al lado nuestro 300.000 millones de dólares de importaciones, pero la Argentina no llega a colocar 30.000 millones. El problema está en nosotros.

De esos 300.000 millones, ¿cuánto corresponde a productos industriales?

–Mucho más de la mitad. Brasil es un formidable exportador de commodities, más que nosotros, en realidad; pero sobre todo es un gran importador de insumos industriales, bienes de capital y, por supuesto, bienes de consumo durables y no durables. Y lo mismo pasa con Chile, que compra maquinaria, equipamiento, automóviles. Entonces, las importaciones de los países vecinos han tenido un salto que la Argentina no ha podido aprovechar. Esto nos está señalando que no tenemos oferta exportable suficiente porque nos faltan inversiones, que estén orientadas, por supuesto, a atender nuestro mercado interior, pero también estos mercados, que son el doble de lo que eran hace diez años en materia de demanda de productos industriales. Y ahí me parece que nuestra diversificación es baja. Hay una gran concentración en la rama automotriz, en una cantidad de insumos, como siderurgia, aluminio, papel, celulosa, química y algo de petroquímica. Entonces, se pierden oportunidades.

De cambiar algunas condiciones, ¿qué sectores podrían posicionarse?

–Un sector que viene creciendo, pero puede pegar un salto importantísimo, es maquinaria y herramental agrícola, incluidos los servicios que está alrededor. Yo diría que el crecimiento es ilimitado, porque la Argentina tiene lo que demanda el mundo: métodos relativamente económicos para elevar rendimientos, amigables a su vez con el medio ambiente. Espero, por otro lado, que reciba respaldo para que no sea absorbido por firmas extranjeras, porque estamos hablando de un sector de empresas medianas y hay mucho interés chino, indio, ruso.

Ha habido acuerdos con Ucrania, con Venezuela.

–Sí, y también con Sudáfrica. Hay un acuerdo muy importante entre el INTA y Embrapa (acrónimo del nombre portugués de Empresa Brasileña de Investigación Agropecuaria). Por primera vez en la historia, están trabajando juntos en desarrollo de semillas e intercambio de información. Me parece excelente, porque tenemos por delante una posibilidad enorme, ambos. Ése es el primer sector que me parece muy importante. Y hay otros que pueden dar mucho más. Por ejemplo, el pollo ha dado un salto muy importante, pero tiene un problema de entrada a mercados.

¿Por qué razones?

–Hace ya unos años, Tailandia y Brasil presentaron una demanda en la Organización Mundial de Comercio por discriminación. Por lo tanto, tienen entrada a la Unión Europea con cupos. La Argentina, no. Y eso le complica la entrada a Japón, un mercado de alto valor. Hay muchísimo que hacer en eso. En la metalmecánica, también se está avanzando en procesos nuevos que vinculan hard y soft. Por ejemplo, utilización de mecanismos de precisión en lluvias, control de riego y de fertilizantes. Todo eso es servicio, pero a la vez, desarrollo de nuevo tipo de equipamiento. Y en eso estamos bien. En el campo, hemos pegado un salto muy significativo que nos posiciona para los próximos años en una muy buena situación, si no jugamos todo al yuyito.

Cuando se habla de estrategias exportadoras, suele mencionarse a los clústeres. ¿Qué relevancia tienen?

–En la Argentina, han ido adquiriendo una cierta significación. Hay un sector que tenía enormes dificultades para trabajar en forma conjunta, que es la cadena vitivinícola. Hubo varios fracasos hasta que se logró que seis o siete organizaciones se pusieran de acuerdo y empezaran a trabajar con un objetivo de calidad, el desarrollo de los varietales, y fundamentalmente en estrategias de comercialización.

En cómo venderse.

–Que era el talón de Aquiles de Argentina. Y ahí se formó un clúster que hoy es muy interesante, porque no depende solamente de la cercanía física. Por supuesto, esto era impensable veinte años atrás, pero Internet permite comunicarse permanentemente, más allá de la distancia. Hay 1.300 bodegas y 3500 marcas. Esto tiene que ver, como diría Michael Porter, con emular uno a otro y superarse. Ésa es una de las bases del clúster, que es buenos productores, buenos proveedores, selección de clientes, políticas comerciales, mucho intercambio de información y a la vez mucha competencia.

Muchos de esos jugadores son pymes, además.

–Sí, aparte, es una muestra clara de que la articulación público-privada sirve, contra lo que dicen los escépticos. Como es el caso del pollo. En los ’90, el sector estaba prácticamente fundido, gracias a un tipo de cambio atrasado, precios internacionales horribles, más la carga de Brasil. Las reglas de juego cambiaron en la década de 2000, pero el tipo de cambio competitivo fue sólo el starter para un proceso que ya estaba en marcha, el trabajo de CEPA (Cámara de Empresas Procesadoras Avícolas) con todos los productores, no solamente con los de pollo, sino con los de abuelos y padres, con el alimento balanceado, con las condiciones para los galpones.

¿Qué otros clústeres podrían desarrollarse?

–Yo vengo insistiendo con la industria del cuero, que es la más antigua del país. La Argentina tiene, por supuesto, una competitividad dinámica enorme en la elaboración del cuero. Sin embargo, no es competitiva internacionalmente, dejando de lado tres o cuatro empresas, en marroquinería y zapatos. ¿Cómo es posible?

¿Y a qué lo atribuye?

–Mi impresión es que siempre se privilegió el empleo como justificativo para no hacer las reformas necesarias. Ésta es una de las industrias más contaminantes, sobre todo en el nivel del cuero, pero están ubicadas todas en torno a la ciudad de Buenos Aires y en distintos municipios. Y siempre que se ha querido avanzar, aparece el tema del empleo. No hay que destruir ninguna industria, sino ponerla en condiciones. Lo mismo pasa, salvando la distancias, con la frutihorticultura asentada en las áreas que rodean el gran conglomerado de Buenos Aires.

Es una actividad muy orientada al mercado interno, al revés de lo que ocurre en Salta o Mendoza.

–Totalmente. Lo que pasa es que hay que cumplir una cantidad de especificaciones. Y ahí viene el problema. Hay mucha contaminación en la zona que rodea a Buenos Aires, mucho trabajo precario, no registrado; las condiciones laborales no pasan una inspección. Pero es una lástima, porque es una producción que tiene escala, para no menos de 13 o 14 millones de personas.

¿Cuál es su opinión sobre la articulación con cadenas de valor regionales? ¿No supone una cierta subordinación a decisiones que se toman en otro lado?

–Éste es gran tema. La primera conclusión es que la articulación y la complementación productiva son necesarias para competir en los mercados actuales. Brasil y la Argentina tienen que trabajar en forma conjunta, y en algunos casos con Chile, para poder llegar a determinados destinos. Ahora, si yo no tengo crédito a largo plazo, tengo que caer en que me financie el más grande, que automáticamente va a establecer las reglas de juego. De esa forma, entro como perdidoso. O sea, al problema de escala, que es relativamente importante —porque también se puede trabajar bien desde acá con una escala menor, si la tecnología es buena—, se agrega que estamos muy débiles en ese aspecto. Entonces, muchas veces la articulación va a terminar siendo absorción, por esta asimetría, que no la provoca Brasil, sino la Argentina, porque no entiende que las empresas no pueden crecer sin financiamiento.

 

FICHA TÉCNICA

 Raúl Ochoa es contador público y docente en las universidades de Buenos Aires y de Tres de Febrero. En representación de esta última, coordina el programa Pymes Exportadoras de la provincia de Buenos Aires.
 En las últimas dos décadas, se desempeñó como subsecretario de Comercio Exterior, asesor de la misma dependencia, de la Secretaría de Energía, de las Subsecretarías de Producción y Desarrollo Económico de la Ciudad de Buenos Aires y de la Cámara de Diputados de la Nación.
 Es coautor de los libros “Crecer exportando, el desafío competitivo de la Argentina”, “Gestión de los negocios internacionales”, “La internacionalización de empresas y el comercio exterior argentino” y “Conectividad, creatividad y competitividad: su relevancia para la internacionalización de empresas”.
 Ha sido miembro de la comisión directiva de ADIMRA e integrante de diversas comisiones de trabajo en la Coordinadora de Industrias de Productos Alimenticios (COPAL) y la Unión Industrial Argentina (UIA).


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