Editorial

En un país poco habituado a pensar estratégicamente, donde el largo plazo se consume en pocos meses, el lanzamiento del ArSat-1 pasó prácticamente desapercibido y a los pocos días había quedado sepultado por las mezquindades y miserias de la política cotidiana. Más allá de los méritos del Gobierno que estuvo detrás del proyecto —que deberían reconocérsele—, su concreción habla mucho de la Argentina que fue y de la que es, de su potencia y su capacidad para construir un camino de vanguardia.

Editorial

 

En un país poco habituado a pensar estratégicamente, donde el largo plazo se consume en pocos meses, el lanzamiento del ArSat-1 pasó prácticamente desapercibido y a los pocos días había quedado sepultado por las mezquindades y miserias de la política cotidiana.

Más allá de los méritos del Gobierno que estuvo detrás del proyecto —que deberían reconocérsele—, su concreción habla mucho de la Argentina que fue y de la que es, de su potencia y su capacidad para construir un camino de vanguardia.

Detrás de la justificada emoción de quienes contribuyeron personalmente a ese logro, están también la perseverancia, la ética y las convicciones de varias generaciones de educadores y científicos argentinos, como Manuel Sadosky —que debió exiliarse tras la Noche de los Bastones Largos— y Jorge Sábato, que alguna vez estampó en uno de sus libros una frase elocuente: “Después de tanta mishiadura, cuesta mucho pensar en cosas grandes”.

Mientras el primer satélite geoestacionario producido en Latinoamérica partía con rumbo a su destino definitivo, volvían a asomar viejas miradas unilaterales sobre qué debería hacer la Argentina para asegurarse un porvenir próspero y virtuoso.

Sería absurdo lamentarse por la fertilidad del suelo pampeano o la abundancia de otros recursos naturales demandados por el mundo. El problema es creer que un país o una sociedad pueden construirse en torno a criterios como la maximización de la ganancia o el costo de oportunidad.

Con sus dificultades, sus tiempos, sus retrocesos y sus frustraciones, la Argentina supo construir un sistema científico-tecnológico y una industria que la hicieron diferente de otros países de la región, que ofrecieron un futuro a sus jóvenes al tiempo que forjaban conocimientos y destrezas para afrontar desafíos.

Recuperar esa autoestima social no debería entenderse como sinónimo de aislamiento retardatario. Es, más bien, el presupuesto para pensar en una integración inteligente con la región y con el mundo, compatible con un crecimiento genuino, sostenible e inclusivo, y capaz de potenciarlo.

 

Roberto A. Pagura
Director editorial


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