AGROALIMENTOS
Desafíos ante un nuevo escenario
El plan estratégico elaborado por el Ministerio de Agricultura, Ganadería y Pesca apunta a diversificar la oferta exportadora e incorporarle valor. La Argentina, sostiene, está en condiciones de responder a la creciente demanda mundial.
En el término de una década, si se cumplen las expectativas del Gobierno, los complejos agroalimentarios y agroindustriales de la Argentina estarán exportando por valor de 99.710 millones de dólares, es decir, por cerca de dos veces y media la cifra registrada el año pasado. Para entonces, según las metas del Plan Estratégico Agroalimentario y Agroindustrial, Participativo y Federal, 2010-2016 (PEA2), las manufacturas de origen agropecuario (MOA) concentrarán dos terceras partes de las colocaciones del sector y los biocombustibles generarán ingresos por 5.320 millones de dólares.
Presentada en sociedad en mayo de 2010, la iniciativa fue diseñada y coordinada por el Ministerio de Agricultura, Ganadería y Pesca, con participación de organismos públicos y privados. Las contribuciones de los actores convocados fueron canalizadas por cuatro consejos federales, integrados respectivamente por funcionarios gubernamentales, expertos de organismos técnicos y universidades, representantes de la producción y entidades de la sociedad civil. Tras algo más de 15 meses de trabajo, las conclusiones y las consiguientes metas cuantitativas fueron dadas a conocer el 5 de septiembre, durante un acto encabezado por la presidenta Cristina Fernández de Kirchner.
El plan identifica dos caminos posibles de crecimiento para la Argentina. Uno, que llama incremental, se apoya en la eficiente producción de bienes primarios y la generación de saldos exportables a partir de commodities de escaso valor agregado, a los que en los últimos años se han sumado otros productos y servicios agroindustriales. El restante, por el que se inclina, se propone profundizar algunas tendencias ya presentes en el sector y promover que esa generación de valor se realice “fundamentalmente en origen, a fin de impulsar un proceso de desarrollo con equidad, todo ello en un marco de sustentabilidad ambiental y territorial”.
Esa agregación de valor con desarrollo constituye, según el plan, la mejor estrategia para hacer frente a nuevos fenómenos que están reconfigurando el escenario mundial y continuarán haciéndolo en los próximos años, como “la irrupción de un vasto segmento de la población del mundo que ha mejorado su nivel de ingreso” y, consecuentemente, “está modificando y ampliando su ingesta alimenticia y hábitos de consumo”. Ese proceso, que se verifica sobre todo en China e India, pero también en otras naciones del sudeste asiático, irá de la mano con un fuerte incremento de la población mundial, que hacia 2030 habrá incorporado 1.400 millones de personas, de las que 60% provendrá de Asia y 20%, del África subsahariana.
La incorporación de lácteos y carnes a la dieta de sociedades crecientemente urbanas, la demanda de granos y aceites para la elaboración de biocombustibles, la escasez de agua y tierras fértiles, el aumento de los costos de la energía y la disparada de los precios de los commodities son algunos de los factores que gravitarán en los próximos años sobre la demanda de productos agroindustriales y el comercio internacional, junto a una mayor preocupación por la seguridad alimentaria y la producción en condiciones sostenibles.
De cara a ese escenario, el plan se propone el logro de fines en materia económico-productiva, socio-cultural, ambiental-territorial e institucional. Y en cada caso, establece objetivos específicos, que se traducen a su vez en metas cuantitativas. Así, por ejemplo, plantea la necesidad de “incrementar el volumen y diversidad de la producción agroalimentaria y agroindustrial argentina, con mayor valor agregado, en particular en el lugar de origen”, por la vía tanto de una expansión de la superficie sembrada y cosechada, de los stocks ganaderos y las capturas pesqueras como de una mayor industrialización de los bienes producidos por el sector.
La estrategia contempla también un incremento de la productividad de los factores de producción; estímulos para el desarrollo, la difusión y la adopción de innovaciones tecnológicas; el impulso de formas organizativas asociadas a cadenas de valor, redes industriales, clústers, consorcios y cooperativas; y el diseño y ejecución de obras de infraestructura para el desarrollo de las actividades agroalimentarias y agroindustriales.
El aumento de las exportaciones agroalimentarias y agroindustriales argentinas, “con énfasis en las producciones con mayor valor agregado, en particular en el lugar de origen”, es otro de los objetivos planteados.
Ese énfasis parece ponerse de relieve en las metas diferenciadas de incremento para las colocaciones externas de productos primarios y MOA, que son respectivamente de 80% y 193%, pero también en las perseguidas para los complejos productivos que integran cada uno de esos dos grandes grupos.
En materia de exportaciones primarias, los esfuerzos se orientan a once complejos que giran, respectivamente, alrededor de la producción de maíz, trigo, frutas de pepita y carozo, frutas cítricas, arroz, hortalizas, algodón, girasol, vid, miel y cultivos industriales. De tal manera, quedan fuera el mineral de cobre —que escapa del universo considerado—, pero también los porotos de soja y los pescados y mariscos sin elaborar, que en conjunto generaron el año pasado ingresos por casi 7.800 millones de dólares.
De acuerdo con las estimaciones del plan, esos complejos explicarán la mitad del crecimiento de las exportaciones primarias hasta 2020, al tiempo que su incidencia sobre el total pasará de 39,7% a 44,3%. En algunos casos, los saltos proyectados son significativos, como sucede con los complejos asociados al girasol, el trigo y el algodón, con subas de 242% a 311%, y a las frutas de pepita y carozo y el arroz, que estarán también sobre el promedio, aunque en menor magnitud.
En forma coherente con los objetivos del plan estratégico, las mayores expectativas están puestas en las colocaciones de MOA. De acuerdo con las previsiones, 73% del aumento de las exportaciones agroalimentarias y agroindustriales provendrá, en efecto, de esos bienes. Como resultado, su incidencia en el conjunto pasará de 58% a 67% entre 2010 y 2020.
A lo largo de 2010, los derivados de la soja —harinas, pellets y aceites— representaban 53% de las ventas externas de MOA. Una década más tarde, según el trabajo, esa participación habrá caído a 35%, pese a un incremento de casi 93% en el valor de esos despachos y como consecuencia de subas aún más pronunciadas en algunos de los 15 complejos analizados, que incluyen desde los procesos de transformación de los bienes primarios ya mencionados, a las carnes y las industrias vitivinícola y forestal.
Entre ellos, se destacan los vinculados a la producción bovina, porcina, ovina y avícola, cuyo peso sobre las MOA pasará de 11,4% en 2010 a 19,5% una década después. En lo que respecta a la carne de cerdo, por ejemplo, que el año pasado registró ventas casi marginales, por 7 millones de dólares, se contempla alcanzar un monto de 440 millones de dólares. Para los cortes bovinos, entretanto, se prevé quintuplicar el valor de los despachos, mientras que los de maíz tendrían asimismo un buen desempeño.
La lectura de las cifras permite deducir que también se espera una mayor diversificación de la oferta de manufacturas. Aunque el estudio no consigna de qué bienes se trata, los no incluidos en esos 15 complejos ganan terreno a lo largo de la década, al punto de que en 2020 representarán algo más de 30% sobre el total.
El diagnóstico que sustenta las proyecciones afirma que el plan permitirá la convivencia en el ámbito rural de dos modalidades organizativas que algunos creen antagónicas. La primera de ellas, dice el trabajo, “se encuentra centrada en una compleja red de agentes vinculados por una multiplicidad de contratos, donde los riesgos se reparten y se incrementa la interdependencia en la toma de decisiones”, lo que contribuye a una separación entre la propiedad y el desarrollo de las actividades, al tiempo que convalida el papel de contratistas y proveedores de insumos como agentes económicos. La segunda, aunque mantiene la tradicional integración vertical y al agricultor como centro de la toma de decisiones, ha sufrido también cambios, de la mano de la generación de valor en origen, la asociatividad y la integración productiva.
Entre las características del “nuevo productor rural del siglo XXI”, destaca una actitud positiva hacia la incorporación de tecnología; una vocación por la productividad; la capacidad para asumir riesgos; la incorporación de conocimiento de gestión y la innovación y motivación emprendedora. En mayor o menor medida, ese perfil está detrás del desempeño de los complejos agroalimentarios y agroindustriales en los últimos años, que se tradujo en un crecimiento de 321% en el PBI agropecuario de 2002 a 2010, de 188% en las exportaciones de productos primarios y de 182% en las de MOA.
“El éxito del Plan será alcanzado si el conjunto de actores que participan se reconocen como parte fundamental del proyecto, participando de una visión compartida y entendiendo que el rol del Estado en la definición de las políticas, en la defensa del sistema productivo y en la protección del ambiente y de nuestros recursos naturales resulta indelegable”, sostiene el estudio. Y agrega: “Distintos analistas, con diferentes perspectivas y con supuestos de diverso cuño, han esbozado un horizonte para el desarrollo agroalimentario y agroindustrial argentino verdaderamente prometedor, con una demanda creciente pero cambiante respecto del pasado, que requerirá productos en volumen y calidad cada vez más elevados, y a la cual el sector deberá adaptarse con rapidez e inteligencia, para afianzar su papel como proveedor de excelencia en los mercados mundiales”.
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