DOS SIGLOS DE HISTORIA

De los borbones a la crisis de 1930

A fines del siglo XVII, España estaba en una grave crisis en lo político y militar, y su imperio había entrado en declinación. La guerra de sucesión española, cuyo resultado fue la Paz de Utrecht, inició el camino de la renovación dinástica y la apertura a las reformas borbónicas que marcaron el siglo XVIII…

De los borbones a la crisis de 1930

 

Por Enrique S. Mantilla / Presidente de la Cámara de Exportadores de la República Argentina (CERA)

A fines del siglo XVII, España estaba en una grave crisis en lo político y militar, y su imperio había entrado en declinación. La guerra de sucesión española, cuyo resultado fue la Paz de Utrecht, inició el camino de la renovación dinástica y la apertura a las reformas borbónicas que marcaron el siglo XVIII. Con los Borbones, entra en el panorama la ilustración española y sus reformas que abarcan al régimen colonial.

Hugo Galmarini señala con acierto que en 1787 Carlos III, basado en las ideas de su ministro Floridablanca dicta la Instrucción Reservada para la Junta de Estado que crea una Junta Suprema para afirmar de manera unitaria la autoridad de la monarquía. La clave es el concepto de que, si bien el desarrollo económico encuentra en la política fiscal uno de sus pilares necesarios, ésta no puede prescindir de estimular ese propio desarrollo.

Carlos III afirmó: “Recelo que se ha empleado siempre más tiempo y desvelos en la exacción o cobranza de las rentas, tributos y demás recursos... que en el cultivo de los territorios que los producen y en el fomento de sus habitantes”.

La política exportadora estaba basada en las reglas: “… libertad de derechos de extracción o aliviar de ellos a nuestras manufacturas nacionales y los frutos sobrantes de España e Indias” y “… prohibir o gravar las salidas de las materias primas que sirven al fomento y subsistencia de nuestra población, artes o fábricas”.

Por su situación geoestratégica, España necesitaba ser una potencia marítima. Por eso, se fomenta el “aumento y perfección de las escuelas marítimas”, una de las cuales se crea en el Río de la Plata. Se recomienda “asegurar el pabellón Nacional al comercio de cabotaje” y desarrollar la construcción de buques. El fomento de la pesca va a ser otra de sus directivas. Se menciona la abundancia de las ballenas en la costa patagónica y en las Provincias del Río de la Plata. Se crea la Compañía General de Pesca. También se señala la falta de experiencia del comercio con África, que en esa época trataba del tráfico de esclavos.

La muerte de Carlos III en 1788 y la caída de su ministro Floridablanca en 1792 no ayudaron a una efectiva consolidación de la estrategia borbónica.

En el siglo XVIII, la política comercial española se formaba de manera pragmática debido a las guerras internacionales, los tratados desfavorables y la preocupación por el desarrollo industrial inglés y su búsqueda de los mercados de las Indias, confrontada con la necesidad de fomentar el desarrollo económico.

Lo que sí es importante señalar es el movimiento de liberalización del comercio en el ámbito interno con la supresión paulatina de peajes, derechos, tasas, aduanas interiores, o sea, la creación de un espacio económico común reemplazando así un sistema cerrado y monopólico en la relación de la metrópoli y sus colonias aunque excluyendo la participación extranjera. En 1778, se abre el comercio entre 13 puertos españoles y muchos americanos como el de Buenos Aires y Montevideo.

¿Por qué recordamos estas instrucciones? Porque con las adaptaciones del caso uno puede reconocer en el año 2010 que algunos de los debates sobre la política comercial tienen un déjà-vu “borbónico”.

La Real Orden del 28 de noviembre de 1800 muestra el conflicto en la relación entre la Metrópoli y sus colonias. En efecto, se señala “el exceso notado en el establecimiento en aquél reino, de fábricas y artefactos contrarios a los que prosperan en España”. El caso de Nueva España, donde floreció la industria textil en México y Puebla, es claro. Se le ordena al virrey que realice un censo industrial y a procurar la destrucción de los establecimientos “peligrosos” por los medios que estimara más convenientes. El lobby textil catalán había logrado restringir la competencia.

La guerra con Inglaterra entre 1786 y 1802 obliga a abrir el comercio con potencias neutrales y favorece una política activa de otorgamiento de concesiones y privilegios comerciales a empresas particulares. De esta manera, se trataba de paliar la intervención del comercio entre España y sus colonias. El Río de la Plata es un centro estratégico ya que es la salida de la riqueza de los minerales del Alto Perú y de las exportaciones de cueros y área de activo contrabando.

En 1805, un nuevo conflicto con Inglaterra conduce a la derrota de la escuadra francoespañola en Trafalgar. En 1806, Napoleón se convierte en el aduanero de Europa aislando a Inglaterra. Las invasiones inglesas de 1806 y 1807 a Buenos Aires tienen esta situación europea como con-causa.

En 1808, se produce en Bayona la crisis dinástica por la abdicación de los Borbones en José I, hermano de Napoleón. Esta crisis dinástica produce una vacancia real que lleva a una vacancia legal. El resultado es que la soberanía se revierte a los pueblos centralizados por los Cabildos y aparece un proceso de formación de Juntas tanto en España como en sus colonias. Montevideo proclama su Junta en 1809 y Buenos Aires, en 1810. En todas las colonias, cada pueblo reasume el poder en nombre de Fernando VII repudiando la usurpación francesa.

El descalabro económico fue importante. Por ejemplo, en el Alto Perú, los ingresos fiscales de la minería cayeron de 8 millones de pesos en el período 1791-95 a 3 millones en 1806-10 para reducirse a 0,4 peso entre 1815-16.

La caída de los derechos aduaneros de Buenos Aires entre 1810-13 fueron significativos y las exportaciones de ganado de Córdoba, Tucumán y Salta al Perú colapsaron.

Simultáneamente, subían de manera contundente los gastos para pago de tropas y todo lo que significaba el abastecimiento de los insumos y la compra de armas. No es de extrañar que los derechos de importación y los empréstitos forzosos estuvieran en la agenda como instrumentos preferidos de recaudación, llegando a representar 80% de la recaudación total en el período 1811-15.

En 1809, en el Puerto de Buenos Aires, se había permitido el comercio directo con puertos no españoles a solicitud del petitorio “La Representación de los Hacendados”, escrito por Mariano Moreno. Según los datos del libro Dos siglos de economía argentina, de Orlando J. Ferreres, las exportaciones de 1810, en dólares nominales, fueron de 1,3 millones.

La crisis política de Hispanoamérica adquiriría distinta densidad en los diferentes espacios latinoamericanos y se afirmarían las iniciativas independentistas.

En 1816, en Tucumán, se declara la Independencia de las Provincias Sudamericanas. Hay que reconocer que la situación era bastante confusa. Por ejemplo, el presidente estadounidense Monroe reconoce en 1823 la independencia de Colombia y Buenos Aires. Bolívar, por su parte, señala: “Si nos ligamos a Gran Bretaña existiremos y si no nos ligamos perderemos infaliblemente”. Y evalúa: “... si seguimos en la perniciosa soltura en que nos hallamos, nos vamos a extinguir por nuestros propios esfuerzos en busca de una libertad indefinida”.

En junio de 1824, se disuelve el Ejército de los Andes a cargo de Tomás Guido, luego del desplazamiento de San Martín por Bolívar ocurrido en 1822. En ese año, 23% del tonelaje importado y 27% de los barcos ingresados al puerto de Buenos Aires eran de origen británico.

En 1825, el Congreso elige al Gobernador de la Provincia de Buenos Aires para dirigir las relaciones exteriores de las Provincias Unidas del Río de la Plata y éste firma con Gran Bretaña un Tratado de Amistad, Comercio y Navegación. Este tratado, que es un hecho estructurante, se firma con los territorios y habitantes de las Provincias Unidas debido a la falta de consolidación del Estado argentino. Y, por otra parte, le permite sostener a Canning en el Parlamento Británico que no afectaba el Tratado de Verona de 1822, por el cual Gran Bretaña tenía compromisos con la Santa Alianza que apoyaba a Fernando VII, debido a que “no se reconocía el derecho de las colonias sudamericanas a ser independientes sino el hecho que lo fueran en ese momento”.

Como desde 1815 el mundo occidental estaba regido por el sistema de patrón oro clásico, un solo medio monetario se extendía por todo el mundo, facilitando la libertad de comercio e inversión. Este sistema duró hasta la guerra de 1914.

Fin de las guerras napoleónicas, aceleración de la Revolución Industrial, emancipación de las Américas a partir de 1776 con la Revolución de Estados Unidos y la posterior emancipación de América latina permiten señalar a E. Hobsbawn: “Todos los países, con independencia de su riqueza y de sus características económicas, culturales, políticas, se vieron arrastrados al mercado mundial cuando entraron en contacto con las potencias del Atlántico Norte... La industrialización del mundo dependiente no figuraba en los planes de los desarrollados, ni siquiera en los países del cono sur de América Latina”.

En 1825, lo que es hoy la Argentina tenía una población de 766.400 habitantes en un territorio de 2.766.890 km2. Tenía un inmenso potencial agropecuario, pero severas restricciones.

Gran Bretaña aportaría capitales, infraestructura y circuitos comerciales. España e Italia, los recursos humanos cuya falta era un serio problema para el desarrollo. Los mercados internacionales, la demanda de productos. Así se construyó el modelo agro-exportador.

En 1905, Carlos Pellegrini evaluaba: “Fue Inglaterra la que afirmó ese reconocimiento, celebrando con la Argentina nuestro primer tratado de amistad y comercio, que se mantiene aún hoy en sus cláusulas fundamentales y fue la base y modelo de toda nuestra política comercial internacional posterior”.

Hay que recordar que entre 1810-1880 se pasó por un largo proceso en el que hubo que realizar fuertes inversiones de todo tipo, tanto políticas como económicas, para superar la salida del régimen colonial y crear un sistema institucional que se consolida con la Constitución de 1860, cuando la Provincia de Buenos Aires se incorpora a la Confederación Argentina. Claro está que no todo es tan sencillo. Por eso, el historiador Halperín Donghi señala: “la América antes española es ahora satélite en un sistema mundial asentado en Londres”.

En 1883, la población del país era de 2.800.000 habitantes y exportadora en dólares nominales por 63,3 millones. En el centenario, en 1910, los datos son impresionantes: la población era de 6.670.080 habitantes y las exportaciones, de 373,5 millones.

Eran tiempos en que los términos de intercambio eran favorables para las Américas como lo fueron desde el final del siglo XIX. Como señaló Keynes: “Tomando al mundo en su conjunto no faltaba trigo; pero para proveerse de lo suficiente era necesario ofertar un precio efectivo más alto”. Para su abastecimiento, Europa dependía del Nuevo Mundo.

Entre 1870 y 1913, el crecimiento promedio anual del PIB per cápita argentino fue de 2,5%, mientras Estados Unidos creció al 1,8% y Australia, al 0,9%. El PIB per cápita en 1913 superaba al de los demás países latinoamericanos y era superior al de Francia, Italia, España y Austria.

En 1913, la estructura del comercio estaba ligada de manera significativa a Gran Bretaña. De un total de 494 millones de dólares nominales, 123 millones correspondían a adquisiciones de ese país; 59 millones, a Alemania; 38 millones, a Francia; 33 millones, a Bélgica; 25 millones, a Brasil; 23 millones, a Países Bajos; 23 millones, a Estados Unidos; y 20 millones, a Italia. En ese mismo año, provenían de Gran Bretaña importaciones por 147 millones de dólares nominales. Le seguían Alemania, con 80 millones; Estados Unidos, con 70 millones; Francia, con 42 millones; Italia, con 39 millones; y Bélgica, con 24 millones. Inglaterra participaba en el comercio exterior argentino con 29,6% de las exportaciones y 31% de las importaciones.

La Primera Guerra Mundial creó problemas comerciales, caída de las exportaciones e importaciones. Pero la década del 20 fue pujante. El PIB creció entre 1919-1929 a una tasa promedio anual del 3,61% y el valor per cápita a 1,75%, en ambos casos superior a las de Estados Unidos. Gerchunoff y Llach señalan: “De cualquier manera que se la mire, la década del 20 fue de alto crecimiento... los salarios reales doblaron con holgura los de 1918”. Y es en esa década que Javier Villanueva encuentra sólida evidencia del comienzo del despegue del desarrollo industrial argentino.

Sin embargo, en 1921, Alejandro Bunge advertía: “Ante un mundo dividido en pocos y grandes astros, la necesidad de vender inmensos saldos exportables y de hacer grandes compras en el exterior crea nuestra debilidad. Representa la perspectiva de que nuestro país resulte la arena de los gladiadores del futuro comercio internacional y terreno de imposiciones”.

Pero la novedad de la década fue la creación de un triángulo comercial: déficit de balanza comercial con Estados Unidos, de 123 millones de dólares, que se compensaba con el superávit con Gran Bretaña, de 173 millones. Como la libra era convertible, se cambiaban para obtener los dólares para pagar a Estados Unidos.

Al mismo tiempo, era el reflejo de dos hechos estructurales, como una nueva localización de la producción industrial, donde para el período 1926-1929 Estados Unidos representaba 42%, Alemania, 11% y Gran Bretaña, sólo 9%. Asimismo, Estados Unidos había quedado en una posición estratégica como acreedor mundial.

Otra novedad para la Argentina son los acuerdos país-país. Por ejemplo, en 1929 se firma el Acuerdo Irigoyen-D’Abernon, el convenio de Compras y Créditos Mutuos con Gran Bretaña.

Criticado por los conservadores, fue defendido con la teoría de que la Argentina tenía con el pueblo inglés “una grave deuda moral...y el Presidente de la República, fiel intérprete del pueblo argentino, no pudo responder sino con toda hidalguía…” Se afirmó que Inglaterra estaba en un momento difícil porque tenía 1,5 millones de obreros sin trabajo; pero el convenio no fue aprobado por el Senado.

Mientras tanto, la Argentina se aprestaba a enfrentar dos eventos de primera magnitud: la revolución de 1930 y la Gran Depresión. Las exportaciones, que en 1929 fueron de 906 millones de dólares, pasarían en 1932 a ser de 331 millones, o sea, se verían afectadas por una caída de 63,47%.

 


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