UNIÓN EUROPEA

Los dilemas de la integración

Convocados por la Universidad de Tres de Febrero, intelectuales evaluaron la naturaleza de la crisis que atraviesa al continente. La resolución demandará un fuerte liderazgo político, que aún no se visualiza, sostuvo Félix Peña.

Los dilemas de la integración

 

Por Roberto A. Pagura

La crisis que afecta a la Unión Europea y en particular a algunos de sus miembros, su impacto sobre el sistema político y la dificultad para encontrar salidas consensuadas y sostenibles en el tiempo han puesto en tela de juicio, de muy diversas maneras, la propia conformación del bloque. Los dilemas del proceso de integración fueron, precisamente, el eje de una jornada de reflexión convocada a mediados de noviembre último por la Universidad Nacional de Tres de Febrero, coordinada por el director de la Maestría en Relaciones Comerciales Internacionales de esa casa de estudios, Félix Peña. A lo largo de toda una mañana, intelectuales europeos aportaron sus perspectivas para un debate del que se ofrece aquí una apretada síntesis y que por la tarde se completaría con un análisis de la situación latinoamericana.

Peña fue de algún modo el encargado de explicitar el marco en que se desarrollaría el debate. “Estamos ante una nueva realidad internacional. No se trata sólo de una crisis financiera, de un problema coyuntural, sino de un cambio estructural profundo, con significativas implicancias económicas y financieras, pero sobre todo políticas”, sostuvo. Y añadió: “En el fondo, estamos asistiendo al fin de tres ciclos históricos largos. Uno, centrado en Occidente, que abre paso a una etapa que, como mínimo, parece ser descentrada. Otro, iniciado con la Revolución Industrial, según señala Michael Spence, premio Nobel de Economía, cuando se refiere a una nueva convergencia. Y el tercero, que quizás se inicia con la Paz de Westfalia, con el que se agota la metodología de los conciertos oligárquicos entre naciones fuertes del sistema internacional, como ilustra Bertrand Badie en un libro reciente. Es en ese contexto que nos preguntamos cuál es el impacto de lo que está pasando en la gobernabilidad de grandes regiones geográficas”.

El primero en proponer una respuesta fue Ludger Kuehnhardt, director del Centro de Estudios de Integración Europea de la Universidad de Bonn. Luego de reseñar brevemente los hitos que fueron marcando el camino hacia la actual conformación de la Unión Europea (UE), aseguró que ésta se enfrenta a un “reto interno sin precedentes” que le deja sólo dos alternativas: adecuarse al nuevo contexto global o refugiarse “en algún tipo de burbuja proteccionista y corta de miras”, que a su juicio no haría sino alimentar variantes populistas e incluso neonacionalistas.

Kuehnhardt subrayó que procesos como el de la UE no son producto de operaciones de ingeniería social ni pueden responder a pautas teóricas; por lo tanto, no son inmunes a los fracasos y los retrocesos. A lo largo de las últimas décadas, apuntó, la respuesta a sucesivas crisis del bloque fue profundizar el rumbo; pero ahora el desafío parecer ser cualitativamente distinto: para algunos, ya no se trata de una crisis en la integración, sino una crisis de la integración.

Luego de repasar los argumentos a favor de una y otra hipótesis, afirmó que los objetivos planteados en la revisión de la Agenda de Lisboa pueden fracasar si la unión monetaria no va acompañada de una unión económica. “La alternativa es evidente: o la UE continúa haciéndose cargo de asimetrías económicas y fiscales o es capaz de enmarcarlas en un verdadero sistema federal de toma de decisiones y obediencia de la ley”, dijo Kuehnhardt. Y agregó: “Los estados miembros necesitan tratarse como socios, incluyendo un respeto total por las normas, reglas y principios políticos comúnmente adoptados. Al final, esto es lo que han hecho los contribuidores netos a un rescate de los países con una deuda soberana excesiva y lo que esperan que éstos hagan cuando aplican las estrictas medidas de austeridad que les permitirán regresar a niveles de credibilidad fiscal en sintonía con las normas de la UE y los criterios de las agencias internacionales de calificación crediticia”.

Desde una perspectiva diferente, que definió como provocativa, el español Carlos Closa Montero, profesor del Instituto de Políticas y Bienes Públicos con sede en Madrid, planteó cuatro aproximaciones al problema. De movida, tras definirse como federalista —una denominación que agrupa a quienes, con diferencias, son partidarios de la conformación de la UE como un estado federal—, sostuvo que el bloque atraviesa una crisis de la integración, y se mostró pesimista sobre su eventual resolución.

En primer término, afirmó que, sin el complemento de una unión económica y fiscal, la unión monetaria “está muy mal equipada” para responder a los problemas derivados de las asimetrías entre los diversos países. Y precisó que esta crisis había sido disparada por un conjunto de factores, entre los que el modelo de gobernanza económica y las bajas tasas de interés fijadas por el Banco Central Europeo desempeñaban un papel no menor.

Respecto de las salidas, argumentó que la receta de “aplicar ajuste fiscal y ganar la confianza de los así llamados mercados” atiende a sólo una de las variables y no garantiza el crecimiento económico a corto y mediano plazo. “La otra alternativa, que está sobre la mesa en todos y cada uno de los países periféricos de la UE, llámense Grecia, Portugal, Italia o España, es actuar sobre el mercado de trabajo, con el efecto de incrementar el paro y reducir los salarios”, apuntó.

Luego, Closa Montero señaló que la crisis ha puesto en evidencia la “enorme interdependencia” de las economías y mostrado su capacidad para trasladarse al ámbito político, “con la llegada de los tecnócratas en Grecia e Italia” y cambios de gobierno en Irlanda, Portugal y España, “con escasa perspectiva de sostenibilidad en el medio plazo” y constreñidos a “ejecutar las recetas técnicas que están sobre la mesa”.

Respecto de los movimientos de protesta ciudadana, sobre los que hay “una visión ligeramente peyorativa”, consideró que más allá de las críticas que pueda formulárseles hay demandas que son “tremendamente razonables y sensatas”. Entre ellas, por ejemplo, que se castigue la corrupción política, que mejoren los mecanismos de participación democrática o que se limiten las ganancias de los ejecutivos de los grandes bancos, sobre todo cuanto se están produciendo despidos masivos.

En cuarto lugar, observó que, si la solución pasa por una fiscalidad federal que sirva para enfrentar las crisis financieras de manera efectiva, “el nivel de solidaridad que ello requiere no existe”. Por ello, manifestó que una eventual unión económica y fiscal sólo podrá ser reducida. “No creo que una Unión Europea a 27, 28, 30 o 35 miembros sea sostenible a mediano o largo plazo”, dijo, porque no sólo existe heterogeneidad económica entre países sino dentro de cada uno de ellos respecto de lo que debe hacerse, con o sin la UE. Finalmente, expuso sus dudas sobre la voluntad de avanzar en la integración por parte de Gran Bretaña, que hasta ahora “ha sido un obstáculo” en la consecución de ese objetivo.

A continuación, Joaquín Roy, director de la cátedra Jean Monnet de la Universidad de Miami, se mostró menos pesimista que su colega y observó que para muchos sectores estadounidenses y aun europeos la única opción parece consistir en esperar la muerte de la UE. “Lo más peligroso de la crisis financiera —opinó— es que en está incidiendo en temas que creíamos superados, como un gran éxito de la integración: resurrecciones nacionalistas y racistas, que están afectando a un conjunto de países”.

En su opinión, una de las causas de la crisis de identidad europea es la “amnesia de la guerra”, dado que ya no existen prácticamente generaciones que hayan tenido esa experiencia. Así, se produce una paradoja: “Si la UE muere, habrá muerto de éxito, dado que el contrato de la integración se ha cumplido”, aseveró. Entretanto, añadió, han sido puestos en cuestión los beneficios del Estado de Bienestar, que los ciudadanos habían llegado a considerar como parte del ADN europeo, mientras se extiende “un cierto egoísmo” y hay una suerte de “remordimiento” acerca de los pasos dados en los últimos años hacia la ampliación de la UE.

Junto a esos síntomas, calificó de “peligrosa” la declinación de la socialdemocracia, porque no se entiende la historia del bloque sin la colaboración entre aquella y los partidos conservadores y democristianos. Con todo, evaluó que, más allá de la crisis, “que no es la primera ni será la última”, la UE y el propio euro continuarán siendo un punto de referencia ineludible.

La última intervención correspondió a la historiadora Lorenza Sebesta, de la Universidad de Bolonia, sede Buenos Aires, quien por su parte disparó que el debate sobre los dilemas de la UE podría extenderse a otros terrenos y, en tal caso, correspondería preguntarse si la que está en curso es una crisis en o de la democracia y el propio capitalismo.

En tal sentido, dijo que, si el capitalismo había mostrado históricamente capacidad para dinamizar las relaciones económicas y sociales y generar condiciones de mayor igualdad, recuperar esa veta igualitaria hacía necesario imponerle algunas reglas por medio de procesos de integración política. Sin embargo, observó, esto pone de relieve la crisis de la democracia, un fenómeno que no se circunscribe a la UE.

“Sabemos que la democracia es el mejor sistema político para que el capitalismo funcione bien porque le da a cada grupo, y no sólo a los poderosos, la posibilidad de expresar sus intereses en un contexto institucionalizado; pero, al mismo tiempo, es también un medio para fortalecer la solidaridad del conjunto social, en la medida que se sienta representado por esas instituciones”, explicó.

Sebesta cerró su exposición con una referencia a los partidos, que a su entender desempeñan un papel central en el sistema democrático y deben ser fortalecidos. Recordó, en tal sentido, que el federalista italiano Altiero Spinelli decía que aquéllos necesitan recursos políticos y, en concreto, dinero. Y refirió que el presupuesto de los órganos de la UE sólo equivale hoy a 1,2% del PBI de los países miembros, una cifra mucho menor de la que se destina al funcionamiento de los aparatos estatales en cada país.

Luego de un intercambio de opiniones entre los disertantes y el auditorio, Peña expuso sintéticamente algunas anotaciones sobre las ideas vertidas durante la jornada, sin pretensión de que sirvieran como conclusión. En primer término, subrayó que “la crisis europea es en parte en y en parte de la integración” y que, en cualquier caso, recién comienza. “La UE va a tener que caer mucho en su performance para que finalmente pueda reaccionar en una propuesta superadora”, evaluó.

“No hay solución fácil —manifestó Peña—. Y lo peor que puede hacerse es generarle esa idea a la ciudadanía. Se va a necesitar mucho de liderazgo político y hay ciertas dificultades, por lo menos visto desde afuera, para saber dónde encontrarlo. En definitiva, igual que cuando se construyó, será a partir de fuertes debates nacionales que consideren las opciones posibles como se podrá realizar la metamorfosis de la actual Unión Europea”.

 

MÁS EFICIENTE Y DEMOCRÁTICA

“Tras guerras que costaron la vida a millones de personas, la creación de la Unión Europea (UE) supuso el inicio de una nueva era en la que los países europeos habrían de solucionar sus problemas mediante el diálogo y no por las armas.

“En la actualidad, los Estados miembros de la UE disfrutan de abundantes beneficios: un mercado libre con una divisa que facilita el comercio y lo hace más eficiente, la creación de millones de puestos de trabajo, la mejora de los derechos de los trabajadores, la libre circulación de personas y un medio ambiente más limpio.

“Sin embargo, las reglas de funcionamiento se concibieron para una UE mucho más pequeña, que no tenía ante sí desafíos a escala planetaria como el cambio climático, una recesión mundial o la delincuencia transfronteriza internacional. La UE tiene el potencial para enfrentarse a esos problemas y el compromiso de hacerlo, pero solo podrá conseguirlo si mejora su forma de trabajar.

“Ese es el objetivo del Tratado de Lisboa, que hace que la UE sea más democrática, eficiente y transparente, al tiempo que da a los ciudadanos y a los Parlamentos nacionales más información sobre lo que ocurre en la Unión y dota a Europa de una voz más clara y más fuerte en el mundo, protegiendo asimismo los intereses nacionales.

“El Tratado establece la ‘iniciativa ciudadana’, gracias a la cual, presentando un millón de firmas, se puede invitar a la Comisión Europea a que presente nuevas propuestas legislativas. Los Parlamentos nacionales de los respectivos Estados miembros tendrán un papel más relevante a la hora de examinar la legislación de la UE antes de que sea aprobada; así se cerciorarán de que la UE no rebasa sus competencias en asuntos que deberían tratarse a nivel nacional o local.

“Las competencias del Parlamento Europeo aumentarán, y con ello los eurodiputados elegidos directamente por usted tendrán más voz sobre una gama más amplia de asuntos. Contrariamente a lo previsto en el anterior Tratado (el de Niza), la Comisión seguirá contando con un Comisario de cada Estado miembro.”

De la presentación de un folleto editado por la UE, dirigido a explicar qué significa para los ciudadanos el Tratado de Lisboa, que entró en vigor a fin de 2009.


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