CRISIS Y PETRÓLEO

Cuando el casino impone las reglas

La incursión de capitales especulativos en los mercados de commodities ha provocado una extrema volatilidad de precios. En el caso del crudo, un alza persistente podría comprometer la aún incierta recuperación económica global.

Cuando el casino impone las reglas

 

Por Ricardo Aronskind *

El petróleo explica una parte importante de los conflictos políticos y militares la época contemporánea, por ser un insumo fundamental para el paradigma productivo del siglo XX.

Capaz de explicar por sí sólo la prosperidad o el fracaso de muchas economías, ha sido una fuente de intervencionismo, guerras y desestabilizaciones.

Para los países petroleros, ha sido al mismo tiempo una bendición —sus ingresos nacionales están basados casi exclusivamente en su exportación— y también una pesadilla, no sólo por la madeja de intereses y presiones que se teje en torno a su explotación, sino porque su presencia dificulta la realización de otras actividades que podrían diversificar y volver más sustentable su aparato productivo.

A 38 años del shock petrolero de 1973, el mundo sigue hablando de petróleo, pendiente del petróleo y dependiente del petróleo.

En aquel entonces, la OPEP decidió —luego de una guerra en Medio Oriente— producir una fuerte contracción de la oferta, que llevó el precio del barril a casi cuatro veces su valor anterior, en pocos meses.

El impacto sobre la economía mundial fue inmediato: fuerte inflación, recesión y flujos enormes de dólares hacia los países petroleros. Se sabe también lo que vino después: reciclaje de los petrodólares hacia los bancos privados de los países centrales, y desde allí oferta masiva de fondos baratos hacia los países “en vías de desarrollo”. Al final, endeudamiento generalizado.

Pero interesa también lo que pasó por el lado de la oferta. A partir del salto en el valor del crudo, en Occidente se lanzaron una serie de investigaciones para desarrollar fuentes energéticas alternativas. Así, varios países aceleraron la construcción de reactores nucleares, otros avanzaron con obras hidroeléctricas y algunos perfeccionaron los biocombustibles, como hizo Brasil con la industrialización de la caña de azúcar.

Sin embargo, el encarecimiento del fluido no fue lo suficientemente prolongado para que se diera un vuelco definitivo en cuanto a su preponderancia en el aparato productivo mundial. A pesar de que en 1979, como producto de otra guerra, el precio volvió a subir fuertemente, este elevado valor no su mantuvo en el tiempo y la industria petrolera sobrevivió con toda su fuerza económica e influencia política.

Los expertos en energía coinciden en que el petróleo sigue siendo hoy la fuente energética comparativamente más barata. Si se miran los precios de mercado, es cierto. Sin embargo, la economía enseña que a veces los mercados tienen fallas. Una de ellas se llama “externalidad”, y consiste en que a veces los precios no reflejan el total del valor económico de determinados bienes o servicios, ya que éstos tienen impactos positivos o negativos sobre otros. En este caso, existe una externalidad negativa que no se computa habitualmente: se sabe que los combustibles orgánicos producen, al quemarse, gases de “efecto invernadero”, o sea, aquellos que están provocando el cambio climático de la Tierra. A pesar de las polémicas científicas que existen en torno a la cuestión, el calentamiento global es un hecho, así como el recrudecimiento de sequías e inundaciones, que afectan tanto a la vida como a la producción de riqueza.

Una posibilidad económica real sería cargar al precio de los combustibles el costo de los estragos ambientales y económicos que produce su uso. Sin duda, el precio final de petróleo subiría, y la comparación con fuentes energéticas alternativas sería más justo.

Claro, eso implicaría encarecimiento de bienes en el corto plazo, pero estimularía la creación de sustitutos más sustentables.

El petróleo ha entrado nuevamente a escena en 2011, luego del respiro que generó la crisis financiera global de 2008.

Las fuertes fluctuaciones que presenta su cotización impactan en la economía de numerosos sectores, países y franjas de población, generando efectos políticos y sociales importantes.

La cotización del barril ha subido 22% en lo que va del año, y la tendencia es alcista. En esta coyuntura, la explicación que se escucha es que el mercado petrolero estaría reflejando las incertidumbres referidas a la evolución de los acontecimientos en el Norte de África y en Medio Oriente. En esa región, se encuentran algunos de los más grandes proveedores de crudo —Arabia Saudita, los Emiratos, Kuwait, Irak, Irán—, pero, salvo Libia, no han sido precisamente éstos los afectados por manifestaciones y reclamos ciudadanos.

Anteriormente, se había producido el hundimiento del precio desde 145 dólares, antes de la crisis mundial, a 45, en pleno epicentro de la debacle.

Es evidente que tales saltos no obedecen a razones objetivas. El precio no se está moviendo de acuerdo con los movimientos de la oferta y la demanda que provienen de la extracción del crudo y de su utilización en la industria y otros usos.

Por ejemplo: en 2007, año previo al estallido de la burbuja inmobiliaria en Estados Unidos, cuando varios episodios marcaban la fragilidad de ese mercado, tanto el petróleo como otras commodities iniciaron un camino ascendente que parecía no tener fin.

Parece claro que esa corrida alcista no estaba reflejando ningún auge económico especial, dado que China y otros países altamente consumidores no mostraban ninguna aceleración de la actividad como para justificar semejante salto, sino el desplazamiento de capitales de corto plazo desde un mercado que se desmoronaba —el inmobiliario en Estados Unidos y el de activos conexos— hacia otros en los que podían realizarse fuertes apuestas.

Da la impresión de que la actual marcha ascendente de los precios refleja la misma situación: la economía norteamericana aún muestra tasas de crecimiento débiles, al igual que la Unión Europea —para no mencionar Japón—, y China está tratando de enfriar un poco su economía, dadas las tendencias inflacionarias detectadas por las autoridades. Adicionalmente, en 2010, Estados Unidos ha inyectado 600.000 millones de dólares al circuito para estimular la reactivación económica. El premio Nobel Joseph Stiglitz sostiene que buena parte de esos fondos ha ido a parar a la especulación financiera.

Que los mercados globales de bienes se hayan convertido en lugares donde abundantes capitales de corto plazo especulen constituye un problema para la economía real.

Pero la causa de la suba no está en los mercados de dichos bienes, sino en el actual sistema global de flujos financieros desregulados, que por su magnitud están en condiciones de distorsionar cualquier mercado, empujando vigorosamente los precios, al compás de rumores, apuestas y percepciones de los brokers.

El presidente Barack Obama ha logrado hacer votar una ley para estimular el desarrollo de nuevas tecnologías “limpias”, y es probable que ésa sea una nueva forma de “diferenciar productos” en las próximas camadas de innovaciones productivas. La necesidad de “eliminar la dependencia” del petróleo ya había sido señalada por anteriores administraciones, sin demasiados resultados. Es que, en muchos casos, las necesidades coyunturales priman sobre las cuestiones estratégicas. Así, luego de que la administración Clinton firmara el “Protocolo de Kyoto” cuyo objetivo era poner bajo control la emisión de gases efecto invernadero, incluyendo el uso moderado del petróleo, la administración de George W. Bush procedió a retirar la adhesión de ese país al tratado, aduciendo que la industria estadounidense pasaba por un mal momento, y no podía ajustarse —transitoriamente— a los requerimientos medioambientales.

Fue el presidente Bush quien también comenzó a proponer el uso masivo de biocombustibles, que son ecológicamente superiores al petróleo, pero que amenazan con ocupar tierras necesarias para la producción de alimentos. Esa estrategia serviría para llenar los tanques de los autos de los países industrializados, pero a costa del encarecimiento de los alimentos en todo el planeta.

De todas formas, la opinión pública estadounidense está crecientemente sensibilizada sobre la necesidad de avanzar en otras direcciones. La reciente reestructuración de las grandes automotrices de ese origen apuntó, en ese sentido, a la creación de nuevos modelos “híbridos”, capaces de usar fuentes alternativas al crudo.

En el contexto de un mercado financiero ávido de oportunidades de inversión, y de noticias que muestran un fluido escenario político internacional, se ha entrado en un período de volatilidad de precios que complica la reactivación económica global.

El Banco de Desarrollo de Asia (BDA) ha calculado que el impacto de los aumentos de los precios de los combustibles y de los alimentos tendrá este año un efecto perjudicial sobre el crecimiento de esa región. Hay que recordar que hoy por hoy Asia es el factor dinamizante de la economía mundial, ante la postración de las potencias atlánticas.

Es preocupante que estos impulsos alcistas en precios, que están llegando a niveles inesperados hace unos meses, traten de ser combatidos mediante alzas en las tasas de interés o apreciaciones cambiarias, ya que el origen de esta inflación no está en el nivel de actividad —típico desequilibrio entre oferta y demanda— sino en presiones especulativas en el mercado de commodities. Si éste fuera el caso, lo correcto sería, como también recomendó el BDA, un mayor control de capitales volátiles.

Tratar una enfermedad con los medicamentos útiles para otra es un problema tanto en la medicina como en la economía.

Si la Unión Europea, muy afectada por la crisis financiera, piensa atacar la incipiente —y bajísima— inflación con una suba de la tasa de interés, tarea que ya comenzó, corre el serio riesgo de matar, antes de nacer, los impulsos hacia una clara reactivación económica.

El problema gemelo es que no se está tratando la auténtica enfermedad, que es el impacto de los fondos especulativos sobre los mercados de bienes reales.

Algunos analistas sostienen que si el petróleo llegara a los 150 dólares por barril detonaría una nueva crisis global. Provocaría un alza imparable de precios, lo que generaría alta conflictividad social allí donde la población de bajos recursos concentra sus magros ingresos en alimentos, lo que a su vez podría derivar en nueva inestabilidad política, ya no sólo en el mundo árabe, sino en partes de África, Asia, América latina y en los propios países desarrollados.

Si las autoridades monetarias intentaran aplacar el alza del precio del barril con medidas recesivas, terminarían por enviar a la economía mundial a una nueva depresión. Y si el instrumento elegido fuera elevar las tasas de interés, podrían precipitar una nueva oleada de quiebras, a partir de la muy frágil situación de deudores corporativos y privados en relación con los bancos, muchos de los cuales no han terminado de recuperarse.

Es claro que en el mediano plazo la única política sensata es diversificar las fuentes energéticas, redoblando la inversión en técnicas sustentables, como por ejemplo los nuevos sistemas de producción de energía basados en el uso de la fuerza de gravedad, diseñados en el Instituto Nacional de Tecnología Industrial de la Argentina.

Pero entretanto, para eliminar los picos desestabilizantes de la cotización del crudo —y de otras commodities—, debe evitarse que estos productos se conviertan en otros “activos financieros”, sujetos a las apuestas especulativas. No está mal que existan casinos, pero no se puede confundir la economía del planeta con un tablero sólo apto para los juegos de azar.


* Economista. Magister en Relaciones Internacionales


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